"Las tensiones por la distribución del ingreso"
Por Rubén Garrido, Sociólogo
1 de julio de 2012
Independientemente
de cómo se lo enuncie desde discursos y prácticas en Argentina se está
discutiendo la distribución del ingreso, cómo repartir lo producido y sus
beneficios.
Siempre el
ingreso se distribuye y por lo tanto siempre hay opiniones sobre la forma que
adquiere esa distribución, sus beneficiarios y los perjudicados y temas
circundantes.
El estar
discutiendo es distinto a cuando se emiten opiniones. La discusión implica que
más de un sector con intereses particulares (no en el sentido de pequeños sino
en el de propios) se siente con el derecho y la fuerza de plantear que esa
distribución debe adquirir uno u otro sentido.
Discutir la
distribución es discutir qué parte de lo producido y sus beneficios
corresponderá al salario entendido tanto como masa de dinero y como masa de
población que estando solo en condiciones de intercambiar fuerza de trabajo por
una retribución logra hacerlo) y cuánto al capital, ya sea en su forma
productiva o rentística.
Pero las fuerzas
del capital y el trabajo no se enfrentan solas sino que lo hacen mediadas por
los gobiernos y sus políticas.
Esas políticas
afectan la distribución mediante el establecimiento de impuestos y otras formas
de reasignación de recursos (como retenciones, promociones arancelarias, costos
diferenciales de moneda extranjera y varios mecanismos más) y además mediante
el establecimiento de políticas que retornan parte de la recaudación impositiva
en prestacions diversas.
Muchas de estas
prestaciones tienen un efecto directo sobre el salario e indirecto sobre el
capital. Por ejemplo, los subsidios al transporte benefician de manera directa
a los empresarios dedicados a la actividad y a los usuarios (en un 95%
población asalariada) que hace uso de los mismos. Pero también de manera
indirecta al conjunto de los empleadores, reduciendo los costos de reproducción
de la fuerza de trabajo (el dinero que necesitan los empleados para vivir y les
permite regresar a cumplir con sus labores, descanados y alimentados y criar a
la generación futura de empleados, quienes los reemplazarán dentro de unos
años). Esa reducción de costos los beneficia en una reducción de
remuneraciones.
Obviamente los
subsidios entregados como remuneración directa a parte de población (como la
asignación universal por hijos) también intervienen como un subsidio al
capital, en algunos casos desembozado (no faltan quienes contratan personal en
negro a mitad de costo “para permitir que no pierdan la posibilidad de seguir
cobrando la asignación”) y en otros muy ocultos: el porcentaje de ahorro de lo
cobrado en ese concepto no debe alcanzar al 5%. Quiere decir que el 95% de esa
masa de dinero se transforma en consumo, en ventas de productos y servicios, o
sea, como mecanismo que permite realizar la producción y por lo tanto que el
capital cumpla su ciclo.
Toda esta larga
introducción al tema tiene como objetivo establecer qué entiendo que está
implicado cuando digo que se está discutiendo la distribución: la parte que se
lleva el capital como ganancia o renta (muchas veces, aunque afecte a una
ínfima proporción de población, disfrazada como retribución de mano de obra,
pensando en salarios de directores y altos cargos ejecutivos), lo que se lleva
la masa de trabajadores (de muy distintas calidades y jerarquías), lo que se
apropia el Estado mediante impuestos, tasas y otros mecanismos y la parte que
de ello regresa en forma directa (subsidios) e indirecta (ejecución de
políticas sociales en salud, educación, créditos para vivienda, etc.), más la
parte que va directamente a las arcas del gran capital mediante pago de deuda
Entonces,
decíamos que la posibilidad de discusión (muy diferente a una escaramuza
puntual) tiene que ver con que más de un actor se siente con la fortaleza (al
menos moral) de cuestionar la forma en que la distribución se viene dando.
En ese momento
la escaramuza trasborda los límites de la empresa o de la rama de actividad y
se dirige al único lado donde se tratan las cuestiones generales, aquellas que
regulan y afectan al conjunto, las políticas de gobierno.
Esta discusión
sobre el reparto de los ingresos y beneficios tiene muy larga data en el país y
adquiere mayor fuerza y presencia cuanto mejores condiciones de vida tiene la
parte más débil. Como bien se advertía en un artículo de La Nación hace un par
de años, había una preocupación creciente por el aumento de la tasa de empleo
ya que a mayor empleo mayor fortaleza en las negociaciones de la parte
asalariada.
En el papel que
juega el Estado como mediador en el reparto de los ingresos, desde hace un
tiempo ya bastante extenso, paralelo al dominio que asume el capital financiero
en la economía desde mediados de los ’70, éste se ha venido desempeñando
decididamente en contra del sector asalariado (en el sentido amplio al que nos
referimos en el comienzo).
Recorte en
políticas sociales, gran quita de recursos destinados a salud y educación,
además de la configuración de una política tributaria profundamente regresiva,
en la que pierde peso el pago proporcional a la riqueza. En una nota de Página
12, (“Contrato Social”, 30 de Junio de 2012) Alfredo Zaiat describe varias
inequidades tributarias: “…Un IVA de altísima alícuota sin excepciones o sin
una tasa reducida para los pobres, en alimentos básicos y vestimenta, como es
usual en los países avanzados. No están gravadas las ganancias de capital que
obtienen las personas físicas, un privilegio fiscal que constituye uno de los
aspectos más regresivos del sistema impositivo. Tampoco está alcanzada la renta
financiera, entre otras inequidades”.
Reforzando lo
que decía sobre la mediación estatal en la distribución de los ingresos:
“…Desde este
punto de vista y en lo que más importa aquí, desde mediados del siglo XX hasta
ahora, la estructura tributaria argentina ha avanzado muy poco en materia de
reformas tendientes a mejorar la distribución del ingreso. Por el contrario,
gran parte de las medidas adoptadas tuvieron efectos regresivos, esto es, los
impuestos generan desigualdad…
“…Valgan sólo un
par de ilustraciones del fenómeno. La primera concierne al impuesto a las
ganancias, uno de los tributos que se consideran progresivos por excelencia. La
mayor parte de lo que se percibe por este concepto es abonado entre nosotros
por las sociedades comerciales y no por las personas físicas. Aunque el lector
no tenga por qué saberlo, se trata de una diferencia crucial, al punto de que
expertos como Gómez Sabaini o Cetrángolo opinan que, en estas condiciones, el
impuesto tiende a ser regresivo y no progresivo.
“…¿Por qué?
Porque dado el alto grado de concentración económica que existe en el país,
abundan las ramas dominadas por muy pocas empresas, que actúan como formadoras
de precios. De resultas de ello, toda vez que pueden les trasladan el tributo a
sus compradores a través del precio que les fijan a los bienes y servicios que
proveen. Esto es, que lo terminan pagando los consumidores finales, como usted
o como yo.
“…Desde un punto
de vista redistributivo, el problema es doble. En primer lugar, en lo que hace
al volumen global de los aportes por ganancias (sociedades y personas físicas)
medido como porcentaje del PBI, la media de los países avanzados es casi tres
veces superior a la nuestra, aunque esta haya aumentado en los últimos años al
5,5%. Y, a la vez, la propia composición del tributo restringe
considerablemente sus alcances progresivos. A lo cual se suma el gravísimo
problema de la evasión, que se estima en mucho más del 50%. Si se le añade la
elusión fiscal, la conclusión es que una parte sustancial de este impuesto
simplemente no se recauda.
“…Es claro que
quienes no pueden escapar de él son los trabajadores en blanco pues se les
deduce de su salario. Y este es el otro meollo de la cuestión: un 80% de lo
recaudado por ganancias personales proviene de los salarios y sólo el 20%
restante corresponde a otras fuentes. ¿Cuál es la causa de esta disparidad? Las
numerosas exenciones que benefician a las rentas del capital que poseen los
individuos, tales como las que se generan por la compraventa de acciones, por
los dividendos, por las transacciones financieras, por los intereses de los
títulos públicos, etc.” (José Nun, “Acerca de la desigualdad y los impuestos”,
Voces Nro 14, publicación del Grupo Fénix)
(http://www.vocesenelfenix.com/content/acerca-de-la-desigualdad-y-los-impuestos)
En un artículo del 23 de Junio en Página 12 de Alfredo Zaiat (“Los ricos y
sus riquezas”), hablando sobre los efectos de la crisis en EE.UU. y la
percepción que de ellas se traslada a la sociedad de que todos pierden, daba
cuenta de que ello no era así y describía situaciones fácilmente trasladables a
las últimas crisis en el país: ”El auxilio a la banca ha venido acompañado de
recortes en el gasto social, en eliminación de derechos laborales para abaratar
los despidos y en poda de salarios. Esa protección a banqueros se complementa
con la política de no tocar privilegios de los ricos, no subir impuestos a los
grandes patrimonios y sí al consumo, y cuidando de no afectar el funcionamiento
de los paraísos fiscales, refugios donde ricos y ultra ricos resguardan sus
riquezas”.
En ese contexto
de profundización de inequidades y continuas postergaciones de reversión del
proceso aparece un ciclo inverso con lo que se llama el kirchnerismo, con
políticas de impulso del consumo y el empleo, o sea, con la consecuencia del
fortalecimiento del sector asalariado.
Las políticas de
activación del empleo, la promoción del consumo, la mejora redistributiva (a la
recuperación del salario debemos sumarle la asignación universal por hijo, el
reajuste en jubilaciones, los subsidios en servicios), fueron mejorando las
condiciones en las que el conjunto de la masa de trabajadores (logren o no
incorporarse al mercado del empleo y ya en una relación salarial o “en negro”)
se encuentra. Y con esa recuperación material, es lógico, emerge su rearme
moral: sentirse con el derecho a ser partícipes en la fijación de políticas y
lineamientos de acción. Es algo en donde la parte empresaria y los bancos
siempre se sienten con derecho.
Si bien en los últimos años se ha revertido en parte esa tendencia en la
distribución del ingreso en nuestro país siempre es bueno recordar que el piso
desde el cual se parte debe ser el más inequitativo al menos desde 1945.
Por eso sobre una misma situación, algunos ven que no se hace nada, otros
que se avanza muy lentamente, otros que vamos camino a la implementación de un
socialismo o de un peligroso populismo estatizante y, algunos, tratan de
desagradecidos a quienes reclaman apurar la marcha.
Al menos desde
el 40 hasta el 70 el movimiento obrero había desplegado su estrategia con una
pelea en dos frentes: contra el capital por mejorar sus condiciones de vida y
al interior de la alianza que lo albergaba mayoritariamente (el peronismo) para
convertirse en fuerza dirigente.
Los fuertes
cambios en la estructura del mercado laboral que se producen con la etapa del
dominio del capital financiero, con la dispersión geográfica de procesos
productivos y la tercerización de diversas fases a su interior debilita la
fortaleza del movimiento obrero en su pelea por la mejora de condiciones de
vida (además de las condiciones políticas y la fuerte represión que
literalmente barrió con toda una generación de cuadros dirigentes).
La crisis de los
partidos políticos como parte del mismo proceso donde cada vez quedan más al
arbitrio de la esfera privada territorios de la disputa estatal le suma a la
debilidad en la lucha por las mejorasen sus condiciones de vida, de
reproducción, el quiebre de la alianza política que la albergaba, donde ya deja
de existir en tanto partido político, con cuerpos más o menos orgánicos de
discusión y participación.
El “partido”
queda reducido a alianzas y agrupamientos personales, sin o con las mínimas
estructuras orgánicas que le den sustento.
Una fracción del
movimiento obrero, aquella que fue puntal en la pelea contra el neoliberalismo
se siente con derecho a solicitar posiciones en la dirección del proceso que
está revirtiendo esa tendencia. No los encuentra en los inexistentes espacios
de conducción orgánica de la alianza en funciones de gobierno, tampoco se
sienten invitados a formar parte de sus listas electorales o si lo son, asumen
que es en posiciones bastante relegadas en función de su contribución.
Cabría
preguntarse aquí si fueron relegados por dirigentes de igual o mayor probidad en
sus peleas contra el viejo modelo neoliberal. Y digo esto en función de todos
los análisis que en las últimos días denigraron los reclamos de una fracción
del movimiento obrero sacando a relucir curriculums e historias de vida, lo
cual puede quedar pictórico para un artículo periodístico pero poco aporta a un
análisis de posicionamientos en los enfrentamientos sociales (sería muy
doloroso e igualmente inconducente, aplicar la misma metodología de análisis
para la fracción en funciones de gobierno).
Sólo en el marco
de toda esta contextualización debe analizarse el giro en la disputa entre la
fracción “moyanista” del movimiento obrero y el gobierno.
Me corrijo,
además de analizarla dentro de este marco, se lo debe hacer con suma
responsabilidad sobre el destino al que se quiera contribuir en el actual
proceso.
En su
desarrollo, y de acuerdo a las disponibilidades de fuerza con que cuenta,
varios debates y acciones han sido postergados, muchos de ajuste fino y
demasiados de ajuste grueso. No es una crítica sino una realidad. Alfredo Zaiat
comienza su nota del domingo 1 de Julio en Página 12, “Regresivo”, de la
siguiente manera:
“Los niveles de
pobreza siguen siendo significativos, la informalidad laboral alcanza a un
tercio de la población y aún persisten importantes bolsones de desigualdad. El
déficit habitacional es agudo, un porcentaje de la población no accede a
infraestructura básica de servicios esenciales y todavía existen sustanciales
brechas educativas según estratos socioeconómicos. El desempleo y el subempleo
involucran al 14,5 por ciento de la población económicamente activa, el
regresivo Impuesto al Valor Agregado se ubica en un elevado 21 por ciento y las
jubilaciones mínimas son insuficientes”.
Contribuir a la
ruptura de las alianzas que hoy fortalecen el proceso redistributivo sólo ayuda
a su debilitamiento.
No hablo aquí de
los grupos económicos e intereses financieros (e inclusive otros principalmente
opuestos desde perspectivas ideológicas o desde políticas puntuales) que desde
hace ya un tiempo suficientemente extenso bregan por la discontinuidad de este
proyecto y, por lo tanto, de las alianzas donde se apoya y cobra sustento.
El problema en
estos momentos se ha instalado al interior de la alianza que impulsa el proceso
redistributivo y en este proceso de ruptura no es conducente buscar
responsabilidades en un solo lado: la fracción moyanista tiene una gran
responsabilidad en esto e importantes sectores dentro de la alianza en el
gobierno y los discursos de las diversas organizaciones que le brindan apoyo y
sustento contribuyen en igual sentido.
Deben cambiarse
los discursos de agitación, aquellos que sólo se preocupan en la consigna sin
la explicación y explicitación de la propuesta superadora. De esta manera si
bien se consigue sumar voluntades, luego veremos que en las mismas el único
punto de coincidencia es la oposición. Y cuando hay oposición sin plan
superador los únicos que se benefician son los partidarios de que todo quede
como está. No importa si esta actitud es asumida por la fracción en el
gobierno, por la fracción “moyanista” o por quien sea.
Por ejemplo, no
es bueno solicitar el no cobro del impuesto a las ganancias sobre los salarios
o criticar por antisolidaria esa actitud, sin hablar y explicar las terribles
injusticias que se cometen (al amparo del Estado y, nos guste o no, avalado por
acción u omisión por el gobierno) en la aplicación de ese impuesto o el de
bienes personales, sin mencionar la terriblemente injusta estructura tributaria
argentina para con los sectores más postergados.
Por eso, los
aportes a este debate, deben hacerse con la responsabilidad sobre el destino al
que se quiera contribuir en el actual proceso. O sea, desde mi perspectiva,
apuntalando al desarrollo de un proceso donde definitivamente el pueblo
trabajador se erija en conductor de su destino. Un futuro en el que las
actuales condiciones de inequidad y postergación de las mayorías del país se
superen por relaciones inclusivas y solidarias, por un destino para las
mayorías y dirigido por ellas, con los dirigentes que se sepan dar.