Repudiamos
enérgicamente el golpe institucional en Paraguay, perpetrado por las fuerzas
oligárquicas e imperiales para frenar el proyecto nacional y popular en dicho
país y debilitar el proceso de transformación e integración Latinoamericana.
El golpe de estado
institucional en Paraguay no tiene nada de express, es un eslabón más en la
cadena que enlaza a la guerra del Paraguay, a la dictadura cívico-militar de Stroessner
y a la imposición salvaje del neoliberalismo que sufrió América Latina durante
los 90', sobre la sangre de los trabajadores y el conjunto del pueblo.
El golpe de Venezuela
en 2002, los intentos en la Argentina y Bolivia en 2008, el golpe de Honduras
en 2009, las tentativas destituyentes en Ecuador en 2010 son, entre otros, los hechos
fundamentales que forman parte del derrotero destituyente que se cierne sobre
los procesos populares en América Latina, y en el cual se enmarca el golpe en
Paraguay.
La masacre de Curuguaty sirvió de
plafón para dar el golpe. La misma se perpetró en la estancia de Morombí,
propiedad del terrateniente Blas Riquelme, dueño de más de 70.000 hectáreas en
ese lugar, en donde se asesinaron a 6 policías y 11 campesinos. Ellos eran
parte de las familias sin tierra que ocupaban unas 2000 hectareas en el norte
paraguayo, desesperadas por el desplazamiento y la creciente concentración de
la tierra. Según los propios campesinos y las organizaciones solidarias, fueron
francotiradores los que mataron tanto a unos como a otros, aprovechando el
clima de tensión provocado por el desalojo de las familias campesinas y
trabajadoras por parte de las fuerzas de seguridad, desencadenando a partir de
allí y con asombrosa rapidez el golpe institucional.
En el Paraguay, tan sólo el 2% de la
población es dueña del 80% de la tierra; esta cifra que representa la decisión
tomada y ejecutada de dejar a la mayoría de la población sin un sustento para
vivir, es histórica. La guerra del Paraguay, conocida también como Guerra de la
Triple Alianza, unió a las oligarquías de Argentina, Brasil y Uruguay en un
conflicto bélico que azotó al pueblo paraguayo entre 1864 y 1870, dejándolo con
su población masculina devastada. Fue una guerra planificada por Gran
Bretaña para dividir definitivamente y sangrientamente a las “provincias unidas
de sur” y eliminar al primer país industrializado de América Latina. Los bancos
británicos Baring Brothers y Rothschild financiaron el genocidio por el cual la
población paraguaya pasó de 1.500.000 a 250.000, de los cuales sólo 28.000 eran
hombres. Además, el préstamo de 200.000 libras otorgadas al Paraguay por los
bancos británicos para pagar la indemnización por perder la guerra, terminó
costando 3.220.000 libras esterlinas. A su vez, la argentina mitrista se
apropió de 100.000 kilómetros cuadrados de territorio paraguayo y la oligarquía
brasilera de unos 60.000. Los grandes terratenientes paraguayos aliados con los
vencedores consolidaron su dominio a partir de allí. Como siempre, el beneficio
del imperio primó por sobre el derecho de los pueblos a vivir en paz y por
sobre los lazos al interior de América Latina.
Más tarde, la dictadura de Alfredo
Stroessner, quien ejerció el gobierno de facto entre 1954 y 1989, terminó de
garantizar la instalación del terror y de la exclusión. Stroessner, firme socio
de la CIA y de Pinochet, fue uno de los ejes fundamentales del Plan Cóndor:
desde el Paraguay siguió las órdenes de Washington para derrocar a Allende y
luego colaboró con las dictaduras de todo el cono sur. Antes de dejar el poder
repartió tierras entre sus aliados, dejando un
vacío en el campesinado paraguayo que hasta hoy no ha sido saldado.
En las últimas décadas,
el proyecto financiero global ha desarrollado fuertemente sus intereses en
Suramérica en torno a los agronegocios. El salto tecnológico, permitió la
expansión de la frontera agrícola e impresionantes saltos en productividad, en
un mundo con fuerte demanda de alimentos. Las multinacionales de la
biotecnología y comercializadoras mundiales como Monsanto, Cargill, Bunge y
Louis Dreyfus consideran a la región como espacio estratégico para la
producción y el Paraguay (cuarto exportador de soja del mundo) es central para
profundizar dicho plan. En ese país, son el campesinado, los trabajadores
rurales y las organizaciones populares los que resisten este avance y, por lo
tanto, los enemigos de la vieja oligarquía terrateniente aliada a las
trasnacionales en este modelo de desarrollismo dependiente agroalimentario
exportador. Eso nos deja una enseñanza: ceder poder a las transnacionales a
cambio de un supuesto desarrollo y profundizar ciertas alianzas tácticas con
los grandes poderes globales, termina destruyendo los procesos populares.
Fernando Lugo asumió la presidencia de
su país en agosto de 2008 con el 40% de los votos, dando inicio al primer
gobierno popular luego de 60 años de perpetuidad del Partido Colorado en el
poder. Aprovechando la debilidad del gobierno, que incluye a fuerzas conservadoras
del partido liberal, así como cuadros provenientes del partido colorado, y por
la incapacidad para satisfacer las demandas populares que le den mayor sustento
social, las fuerzas neoliberales volvieron al ruedo para retomar el poder
político en términos absolutos. Especialmente de cara a las elecciones
presidenciales de abril del año próximo en donde las fuerzas nacionales,
populares y latinoamericanas tenían condiciones de avanzar. Operaron el
enfrentamiento, generaron la provocación desde adentro y desde afuera del
gobierno y, acto seguido, desplazaron al presidente a través de un juicio
político express. El vicepresidente Federico Franco, del Partido Liberal,
asumió el poder.
El “Cobos paraguayo” es el nuevo presidente, a quien ni su propio pueblo
ni los representantes de los distintos países de Latinoamérica piensan
legitimar. Este era el plan para la argentina en 2008 pero las fuerzas
populares, el movimiento obrero organizado, las organizaciones sociales y
sectores estudiantiles no lo permitieron.
En Paraguay, la
maniobra de desalojo a los campesinos que sirvió como excusa para la
destitución recuerda a la masacre de Pando en Bolivia, cuando en septiembre de
2008 se torturó y asesinó a 12 campesinos. En esa ocasión, quiso culparse a Evo
de los delitos cometidos, generando a nivel nacional un fuerte intento de
desestabilización del gobierno. También en ese caso, como ayer frente al
congreso en Asunción, fueron policías contra campesinos quienes se enfrentaron,
situación que aprovecharon para operar las fuerzas de la reacción. Esto
recuerda la importancia estratégica de la máxima instalada por Néstor Kirchner
de no reprimir la protesta social, sino encauzarla a través de la política y la
profundización del proyecto popular mediante la inclusión de las demandas
populares. En este sentido, en Paraguay y en los países de la región resulta
fundamental avanzar en planes de Reforma Agraria y re-distribución de la tierra,
en instrumentos estatales como las Juntas Nacionales de Granos y el control del
comercio exterior, así como en el desarrollo soberano de biotecnología a través
de agencias públicas.
La conciencia
histórica, la batalla cultural y la organización popular son las herramientas
que tenemos las grandes mayorías populares para hacer frente a quienes quieren
hacer retroceder las conquistas populares y obligarnos a ser una colonia
exportadora de alimentos mientras en nuestros pueblos todavía hay hambre.
Comprender este atentado al pueblo paraguayo como un golpe contra toda la
región es crucial para responder de manera firme y unívoca. La lucha de los
pueblos latinoamericanos ha cristalizado en la creación y consolidación de la
UNASUR, la CELAC y el ALBA, instituciones que reflejan la voluntad popular en
la medida en que el pueblo consciente, organizado y movilizado esté en las
calles para defenderlas y profundizarlas.
Viva
el pueblo paraguayo!!!
Viva
la unidad popular Latinoamérica!!!
23 de junio de 2012
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