lunes, 25 de junio de 2012

Nota de opinión sobre el Golpe de Estado en Paraguay




Repudiamos enérgicamente el golpe institucional en Paraguay, perpetrado por las fuerzas oligárquicas e imperiales para frenar el proyecto nacional y popular en dicho país y debilitar el proceso de transformación e integración Latinoamericana.

El golpe de estado institucional en Paraguay no tiene nada de express, es un eslabón más en la cadena que enlaza a la guerra del Paraguay, a la dictadura cívico-militar de Stroessner y a la imposición salvaje del neoliberalismo que sufrió América Latina durante los 90', sobre la sangre de los trabajadores y el conjunto del pueblo.

El golpe de Venezuela en 2002, los intentos en la Argentina y Bolivia en 2008, el golpe de Honduras en 2009, las tentativas destituyentes en  Ecuador en 2010 son, entre otros, los hechos fundamentales que forman parte del derrotero destituyente que se cierne sobre los procesos populares en América Latina, y en el cual se enmarca el golpe en Paraguay.

La masacre de Curuguaty sirvió de plafón para dar el golpe. La misma se perpetró en la estancia de Morombí, propiedad del terrateniente Blas Riquelme, dueño de más de 70.000 hectáreas en ese lugar, en donde se asesinaron a 6 policías y 11 campesinos. Ellos eran parte de las familias sin tierra que ocupaban unas 2000 hectareas en el norte paraguayo, desesperadas por el desplazamiento y la creciente concentración de la tierra. Según los propios campesinos y las organizaciones solidarias, fueron francotiradores los que mataron tanto a unos como a otros, aprovechando el clima de tensión provocado por el desalojo de las familias campesinas y trabajadoras por parte de las fuerzas de seguridad, desencadenando a partir de allí y con asombrosa rapidez el golpe institucional.  

En el Paraguay, tan sólo el 2% de la población es dueña del 80% de la tierra; esta cifra que representa la decisión tomada y ejecutada de dejar a la mayoría de la población sin un sustento para vivir, es histórica. La guerra del Paraguay, conocida también como Guerra de la Triple Alianza, unió a las oligarquías de Argentina, Brasil y Uruguay en un conflicto bélico que azotó al pueblo paraguayo entre 1864 y 1870, dejándolo con su población masculina devastada. Fue una guerra  planificada por Gran Bretaña para dividir definitivamente y sangrientamente a las “provincias unidas de sur” y eliminar al primer país industrializado de América Latina. Los bancos británicos Baring Brothers y Rothschild financiaron el genocidio por el cual la población paraguaya pasó de 1.500.000 a 250.000, de los cuales sólo 28.000 eran hombres. Además, el préstamo de 200.000 libras otorgadas al Paraguay por los bancos británicos para pagar la indemnización por perder la guerra, terminó costando 3.220.000 libras esterlinas. A su vez, la argentina mitrista se apropió de 100.000 kilómetros cuadrados de territorio paraguayo y la oligarquía brasilera de unos 60.000. Los grandes terratenientes paraguayos aliados con los vencedores consolidaron su dominio a partir de allí. Como siempre, el beneficio del imperio primó por sobre el derecho de los pueblos a vivir en paz y por sobre los lazos al interior de América Latina.

Más tarde, la dictadura de Alfredo Stroessner, quien ejerció el gobierno de facto entre 1954 y 1989, terminó de garantizar la instalación del terror y de la exclusión. Stroessner, firme socio de la CIA y de Pinochet, fue uno de los ejes fundamentales del Plan Cóndor: desde el Paraguay siguió las órdenes de Washington para derrocar a Allende y luego colaboró con las dictaduras de todo el cono sur. Antes de dejar el poder repartió tierras entre sus aliados, dejando un vacío en el campesinado paraguayo que hasta hoy no ha sido saldado.


En las últimas décadas, el proyecto financiero global ha desarrollado fuertemente sus intereses en Suramérica en torno a los agronegocios. El salto tecnológico, permitió la expansión de la frontera agrícola e impresionantes saltos en productividad, en un mundo con fuerte demanda de alimentos. Las multinacionales de la biotecnología y comercializadoras mundiales como Monsanto, Cargill, Bunge y Louis Dreyfus consideran a la región como espacio estratégico para la producción y el Paraguay (cuarto exportador de soja del mundo) es central para profundizar dicho plan. En ese país, son el campesinado, los trabajadores rurales y las organizaciones populares los que resisten este avance y, por lo tanto, los enemigos de la vieja oligarquía terrateniente aliada a las trasnacionales en este modelo de desarrollismo dependiente agroalimentario exportador. Eso nos deja una enseñanza: ceder poder a las transnacionales a cambio de un supuesto desarrollo y profundizar ciertas alianzas tácticas con los grandes poderes globales, termina destruyendo los procesos populares.  

Fernando Lugo asumió la presidencia de su país en agosto de 2008 con el 40% de los votos, dando inicio al primer gobierno popular luego de 60 años de perpetuidad del Partido Colorado en el poder. Aprovechando la debilidad del gobierno, que incluye a fuerzas conservadoras del partido liberal, así como cuadros provenientes del partido colorado, y por la incapacidad para satisfacer las demandas populares que le den mayor sustento social, las fuerzas neoliberales volvieron al ruedo para retomar el poder político en términos absolutos. Especialmente de cara a las elecciones presidenciales de abril del año próximo en donde las fuerzas nacionales, populares y latinoamericanas tenían condiciones de avanzar. Operaron el enfrentamiento, generaron la provocación desde adentro y desde afuera del gobierno y, acto seguido, desplazaron al presidente a través de un juicio político express. El vicepresidente Federico Franco, del Partido Liberal, asumió el poder.  

El “Cobos paraguayo” es el nuevo presidente, a quien ni su propio pueblo ni los representantes de los distintos países de Latinoamérica piensan legitimar. Este era el plan para la argentina en 2008 pero las fuerzas populares, el movimiento obrero organizado, las organizaciones sociales y sectores estudiantiles no lo permitieron.

En Paraguay, la maniobra de desalojo a los campesinos que sirvió como excusa para la destitución recuerda a la masacre de Pando en Bolivia, cuando en septiembre de 2008 se torturó y asesinó a 12 campesinos. En esa ocasión, quiso culparse a Evo de los delitos cometidos, generando a nivel nacional un fuerte intento de desestabilización del gobierno. También en ese caso, como ayer frente al congreso en Asunción, fueron policías contra campesinos quienes se enfrentaron, situación que aprovecharon para operar las fuerzas de la reacción. Esto recuerda la importancia estratégica de la máxima instalada por Néstor Kirchner de no reprimir la protesta social, sino encauzarla a través de la política y la profundización del proyecto popular mediante la inclusión de las demandas populares. En este sentido, en Paraguay y en los países de la región resulta fundamental avanzar en planes de Reforma Agraria y re-distribución de la tierra, en instrumentos estatales como las Juntas Nacionales de Granos y el control del comercio exterior, así como en el desarrollo soberano de biotecnología a través de agencias públicas.   

La conciencia histórica, la batalla cultural y la organización popular son las herramientas que tenemos las grandes mayorías populares para hacer frente a quienes quieren hacer retroceder las conquistas populares y obligarnos a ser una colonia exportadora de alimentos mientras en nuestros pueblos todavía hay hambre. Comprender este atentado al pueblo paraguayo como un golpe contra toda la región es crucial para responder de manera firme y unívoca. La lucha de los pueblos latinoamericanos ha cristalizado en la creación y consolidación de la UNASUR, la CELAC y el ALBA, instituciones que reflejan la voluntad popular en la medida en que el pueblo consciente, organizado y movilizado esté en las calles para defenderlas y profundizarlas. 

Viva el pueblo paraguayo!!!
Viva la unidad popular Latinoamérica!!!

23 de junio de 2012

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