Por Gabriel Merino
Publicado en la Revista Política
N°14 Marzo-2014
Chávez es la primer línea de quiebre. Es el nombre emergente
de una ruptura. Es el nombre de la
expresión nítida del proceso de transformación popular iniciado en América
Latina en el siglo XXI, cuando los pueblos pasan a la ofensiva para forjar con
sus manos un Cambio de Época, protagonizando el primer gobierno (1999) que
rompe la hegemonía neoliberal en la región.
Este proceso emerge con la crisis histórica del capitalismo
global que comienza en el mundo emergente en el sudeste asiático (1997),
consolidando lo que Harvey denomina un proceso de “acumulación por
desposesión” a favor del capital
financiero global (fundamentalmente de origen angloamericano o anglosajón).
Este proceso, que viene a consolidar la globalización financiera, la
transnacionalización del capital y su expansión en los llamados “mercados
emergentes”, va de la mano de un incipiente
proceso de agudización de las contradicciones globales entre bloques de
poder que abren la ventana histórica estratégica para los pueblos. Chávez, como
estadista, siguiendo la tradición de Bolívar, San Martín, Perón y tantos otros,
constituyó la personificación de la voluntad popular venezolana-latinoamericana
para cabalgar esta nueva oportunidad histórica.
Con la crisis global de fines de los 90’, el avance del
capital transnacional, extranjerización de las economías de la región y en un
escenario de puja entre capitales, las burguesías locales ante el riesgo de
desaparecer (como la Burguesía paulista o el Grupo Productivo de la Argentina
constituido en 1999) necesitaron impulsar los procesos neodesarrollistas de
integración regional, ampliación del mercado interno, sustitución de importaciones
y autonomía relativa. Para ello
establecieron alianzas con el campo popular y un amplio abanico de actores
políticos, ideológicos y económico-sociales, a los cuales intentan limitar y
conducir bajo su ala.
La “revolución bolivariana” constituyó, desde un principio,
el ala nacional, popular, latinoamericana y revolucionaria que rompió
los límites impuestos por las burguesías neodesarrollistas a los procesos de
transformación pos-neoliberales. Y ello irradió sobre toda la región y
fortaleció a todos los movimientos populares, generando relaciones de fuerza
para avanzar en mayores conquistas y cambiar el carácter de los procesos, dando
un impulso popular fundamental a la integración de Nuestra América.
En esta situación histórica, Hugo Chávez irradió un conjunto
de elementos estratégicos del nuevo paradigma transformador latinoamericano,
que se complementan con los de otras patrias chicas.
En primer lugar el chavismo cristaliza una nueva síntesis
histórica entre el nacionalismo popular bolivariano, el cristianismo popular y
revolucionario, la izquierda nacional y latinoamericanista, los pueblos originarios y los movimientos sociales de
diversa índole. Ello articulado en una actualización teórica y doctrinaria
particular denominada Socialismo del Siglo XXI. Esa particularidad Venezolana,
pensada como latinoamericana, conmueve y actualiza el sustrato
ideológico-cultural y político de toda la región, ya que brotan de un mismo
proceso histórico.
En segundo lugar, Chávez es heredero y exponente principal de
la geopolítica latinoamericana que parte de la base de que sin la masa de poder
crítico conformada en el espacio sudamericano (mercado interno, población,
recursos, accesibilidad, desarrollo industrial, etc.) no existe ningún proyecto
de liberación real. Es decir, sin Estado continental Suramericano-Nuestro
Americano, no hay posibilidad de Justicia Social, Independencia Económica y
Soberanía Política. La fragmentación es un obstáculo infranqueable para ello.
Por lo tanto, toda política debe ser concebida estratégicamente en dicha
perspectiva para ser real y permanente: Banco del Sur, Fondo del Sur, Moneda
del Sur, Tele Sur, Petro Sur (anillo energético), Consejo de Defensa del Sur,
Industrias Estratégicas del Sur.
La línea de avance de esta estrategia es, ahora, el
Atlántico: Brasil, Argentina, Venezuela, Cuba. Este núcleo es el que se
desarrolla entre 1999-2003 (Chávez, Kirchner, Lula), con la convergencia entre
el nacionalismo neodesarrollista regional y el nacionalismo popular
latinoamericano, entre lo democrático y lo social, que adopta la forma de
Mercosur y Alba, las dos plataformas para avanzar al sur del río Bravo,
cristalizándose luego en la UNASUR y la CELAC (fortalecido por alianzas
tácticas y estratégicas con otros bloques de poder mundial). Dicho esquema de
poder, con el cual se enfrenta principalmente al Imperialismo Americano (con el
plan ALCA) y al globalismo financiero anglosajón, es lo que guía el accionar de
Chávez y constituye la brújula estratégica de los pueblos de la región, garantizando
su avance.
La concepción estratégica de la Integración Sur-Sur, permite
consolidar e irradiar otra concepción para pensar la integración más allá del
negocio o la lógica del capital concentrado. El acuerdo con el Astillero Río
Santiago de Ensenada (Argentina) para construir los buques petroleros panamax
es un ejemplo de ello. Lo que se evidencia es la concepción estratégica de
integrarnos productivamente, aprovechar y complementar las fortalezas
existentes en la región, incentivar a la industria estratégica naval vapuleada
en las décadas neoliberales, y consolidar la relación con los obreros
argentinos, fuerza real y sujeto –junto a otras fracciones trabajadores y del
campo popular— de un proyecto socialmente transformador. Y estas políticas son
las que permanentemente impulsó Hugo Chávez.
En tercer lugar, Chávez ubicó la puja democrático-electoral
en el centro de la táctica política de la lucha popular. Su propio aprendizaje
y autocrítica le permitieron entender la importancia central de la lucha
político electoral para avanzar en las correlaciones de fuerza en el Estado,
comenzando por el gobierno del Estado. Con ello, desde la práctica, dio cuenta
de la táctica de avance bajo la nueva situación histórica en la cual la
estrategia neoliberal del capitalismo financiero global convirtió a la
democracia liberal en valor fundamental pero a condición de dejar sólo la
cáscara y despojarla de todo contenido (incluso el de ciudadanía,
sustituyéndolo por el de “gente”).
Volver a llenar de contenido la pugna electoral, consolidar
el terreno electoral de las mayorías populares como lugar para dirimir las
diferencias (deslegitimando toda maniobra de golpe) y recuperar lo público estatal como
herramienta popular para la justicia social inauguró el Cambio de Época,
dotando de legitimidad y fortaleza los proyectos de transformación social.
Entre 1998 y 2012 Chávez disputó 13 elecciones y ganó 12, aceptando la derrota
por estrechísimo margen en 2007 en el referendo constitucional para profundizar
las reformas socialistas.
Con ello, el Estado Venezolano como tal entró en crisis
orgánica: atravesado por proyectos políticos estratégicos antagónicos, con la
institucionalidad puesta en crisis ante el proceso popular instituyente, lo
nuevo fue instituyéndose de acuerdo a las relaciones de fuerzas existentes,
dando lugar a dos formas de estado en pugna. Chávez fue uno de los primeros en
observar dicha dualidad (que atraviesa con particularidades a numerosos países
de la región) y en comprender que la vieja maquinaria de Estado constituía un
obstáculo, al expresar la cristalización de lo viejo, de las clases dominantes
bajo el régimen neoliberal. Además de recomponer lo público estatal, lo nuevo
fue avanzando con una nueva estructura de ministerios, misiones sociales y nuevas
formas de estatalidad. Este es el cuarto punto central que irradia el chavismo,
problematizando al conjunto de Nuestra América, ya que se trata de tareas
comunes a resolver.
Desde la primera a la última elección de Chávez, en esos
trece años transcurridos, la pobreza en Venezuela pasó del 48,7% al 31,6%, el
desempleo de 14,5% al 6,5%, la mortalidad infantil del 20 por mil al 13 por
mil, el PBI per cápita creció un 164% pasando de 4.100 dólares a 10.810 y
exhibe uno de los menores índices de desigualdad de la región (estas cifras las
publican los propios medios opositores). Si a ello le agregamos la cantidad de
políticas y acuerdos que han beneficiado a tantas mujeres y hombres de la
región, se comprende la tremenda base de sustentación popular y amor hacia su
figura, asentado en una materialidad indiscutible.
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