miércoles, 5 de marzo de 2014

Chávez: su legado y la responsabilidad histórica de los pueblos




Por Gabriel Merino

Publicado en la Revista Política N°14 Marzo-2014

Chávez es la primer línea de quiebre. Es el nombre emergente de una ruptura. Es  el nombre de la expresión nítida del proceso de transformación popular iniciado en América Latina en el siglo XXI, cuando los pueblos pasan a la ofensiva para forjar con sus manos un Cambio de Época, protagonizando el primer gobierno (1999) que rompe la hegemonía neoliberal en la región.

Este proceso emerge con la crisis histórica del capitalismo global que comienza en el mundo emergente en el sudeste asiático (1997), consolidando lo que Harvey denomina un proceso de “acumulación por desposesión”  a favor del capital financiero global (fundamentalmente de origen angloamericano o anglosajón). Este proceso, que viene a consolidar la globalización financiera, la transnacionalización del capital y su expansión en los llamados “mercados emergentes”, va de la mano de un incipiente  proceso de agudización de las contradicciones globales entre bloques de poder que abren la ventana histórica estratégica para los pueblos. Chávez, como estadista, siguiendo la tradición de Bolívar, San Martín, Perón y tantos otros, constituyó la personificación de la voluntad popular venezolana-latinoamericana para cabalgar esta nueva oportunidad histórica.

Con la crisis global de fines de los 90’, el avance del capital transnacional, extranjerización de las economías de la región y en un escenario de puja entre capitales, las burguesías locales ante el riesgo de desaparecer (como la Burguesía paulista o el Grupo Productivo de la Argentina constituido en 1999) necesitaron impulsar los procesos neodesarrollistas de integración regional, ampliación del mercado interno, sustitución de importaciones y autonomía relativa.  Para ello establecieron alianzas con el campo popular y un amplio abanico de actores políticos, ideológicos y económico-sociales, a los cuales intentan limitar y conducir bajo su ala.

La “revolución bolivariana” constituyó, desde un principio, el ala nacional, popular,  latinoamericana y revolucionaria que rompió los límites impuestos por las burguesías neodesarrollistas a los procesos de transformación pos-neoliberales. Y ello irradió sobre toda la región y fortaleció a todos los movimientos populares, generando relaciones de fuerza para avanzar en mayores conquistas y cambiar el carácter de los procesos, dando un impulso popular fundamental a la integración de Nuestra América.

En esta situación histórica, Hugo Chávez irradió un conjunto de elementos estratégicos del nuevo paradigma transformador latinoamericano, que se complementan con los de otras patrias chicas.

En primer lugar el chavismo cristaliza una nueva síntesis histórica entre el nacionalismo popular bolivariano, el cristianismo popular y revolucionario, la izquierda nacional y latinoamericanista, los pueblos  originarios y los movimientos sociales de diversa índole. Ello articulado en una actualización teórica y doctrinaria particular denominada Socialismo del Siglo XXI. Esa particularidad Venezolana, pensada como latinoamericana, conmueve y actualiza el sustrato ideológico-cultural y político de toda la región, ya que brotan de un mismo proceso histórico.

En segundo lugar, Chávez es heredero y exponente principal de la geopolítica latinoamericana que parte de la base de que sin la masa de poder crítico conformada en el espacio sudamericano (mercado interno, población, recursos, accesibilidad, desarrollo industrial, etc.) no existe ningún proyecto de liberación real. Es decir, sin Estado continental Suramericano-Nuestro Americano, no hay posibilidad de Justicia Social, Independencia Económica y Soberanía Política. La fragmentación es un obstáculo infranqueable para ello. Por lo tanto, toda política debe ser concebida estratégicamente en dicha perspectiva para ser real y permanente: Banco del Sur, Fondo del Sur, Moneda del Sur, Tele Sur, Petro Sur (anillo energético), Consejo de Defensa del Sur, Industrias Estratégicas del Sur.

La línea de avance de esta estrategia es, ahora, el Atlántico: Brasil, Argentina, Venezuela, Cuba. Este núcleo es el que se desarrolla entre 1999-2003 (Chávez, Kirchner, Lula), con la convergencia entre el nacionalismo neodesarrollista regional y el nacionalismo popular latinoamericano, entre lo democrático y lo social, que adopta la forma de Mercosur y Alba, las dos plataformas para avanzar al sur del río Bravo, cristalizándose luego en la UNASUR y la CELAC (fortalecido por alianzas tácticas y estratégicas con otros bloques de poder mundial). Dicho esquema de poder, con el cual se enfrenta principalmente al Imperialismo Americano (con el plan ALCA) y al globalismo financiero anglosajón, es lo que guía el accionar de Chávez y constituye la brújula estratégica de los pueblos de la región, garantizando su avance.         

La concepción estratégica de la Integración Sur-Sur, permite consolidar e irradiar otra concepción para pensar la integración más allá del negocio o la lógica del capital concentrado. El acuerdo con el Astillero Río Santiago de Ensenada (Argentina) para construir los buques petroleros panamax es un ejemplo de ello. Lo que se evidencia es la concepción estratégica de integrarnos productivamente, aprovechar y complementar las fortalezas existentes en la región, incentivar a la industria estratégica naval vapuleada en las décadas neoliberales, y consolidar la relación con los obreros argentinos, fuerza real y sujeto –junto a otras fracciones trabajadores y del campo popular— de un proyecto socialmente transformador. Y estas políticas son las que permanentemente impulsó Hugo Chávez.

En tercer lugar, Chávez ubicó la puja democrático-electoral en el centro de la táctica política de la lucha popular. Su propio aprendizaje y autocrítica le permitieron entender la importancia central de la lucha político electoral para avanzar en las correlaciones de fuerza en el Estado, comenzando por el gobierno del Estado. Con ello, desde la práctica, dio cuenta de la táctica de avance bajo la nueva situación histórica en la cual la estrategia neoliberal del capitalismo financiero global convirtió a la democracia liberal en valor fundamental pero a condición de dejar sólo la cáscara y despojarla de todo contenido (incluso el de ciudadanía, sustituyéndolo por el de “gente”).

Volver a llenar de contenido la pugna electoral, consolidar el terreno electoral de las mayorías populares como lugar para dirimir las diferencias (deslegitimando toda maniobra de golpe)  y recuperar lo público estatal como herramienta popular para la justicia social inauguró el Cambio de Época, dotando de legitimidad y fortaleza los proyectos de transformación social. Entre 1998 y 2012 Chávez disputó 13 elecciones y ganó 12, aceptando la derrota por estrechísimo margen en 2007 en el referendo constitucional para profundizar las reformas socialistas.

Con ello, el Estado Venezolano como tal entró en crisis orgánica: atravesado por proyectos políticos estratégicos antagónicos, con la institucionalidad puesta en crisis ante el proceso popular instituyente, lo nuevo fue instituyéndose de acuerdo a las relaciones de fuerzas existentes, dando lugar a dos formas de estado en pugna. Chávez fue uno de los primeros en observar dicha dualidad (que atraviesa con particularidades a numerosos países de la región) y en comprender que la vieja maquinaria de Estado constituía un obstáculo, al expresar la cristalización de lo viejo, de las clases dominantes bajo el régimen neoliberal. Además de recomponer lo público estatal, lo nuevo fue avanzando con una nueva estructura de ministerios, misiones sociales y nuevas formas de estatalidad. Este es el cuarto punto central que irradia el chavismo, problematizando al conjunto de Nuestra América, ya que se trata de tareas comunes a resolver.

Desde la primera a la última elección de Chávez, en esos trece años transcurridos, la pobreza en Venezuela pasó del 48,7% al 31,6%, el desempleo de 14,5% al 6,5%, la mortalidad infantil del 20 por mil al 13 por mil, el PBI per cápita creció un 164% pasando de 4.100 dólares a 10.810 y exhibe uno de los menores índices de desigualdad de la región (estas cifras las publican los propios medios opositores). Si a ello le agregamos la cantidad de políticas y acuerdos que han beneficiado a tantas mujeres y hombres de la región, se comprende la tremenda base de sustentación popular y amor hacia su figura, asentado en una materialidad indiscutible.

Hugo Chávez no ha arado en el mar sino en el suelo fértil de la América del siglo XXI, promesa de nuevas formas de civilización. Dejó un enorme legado que se engrandecerá con el tiempo y en el transcurso de la historia, así como la enorme responsabilidad histórica  de profundizar el rumbo revolucionario en Nuestra América, atendiendo a las características particulares de cada patria chica.  El mejor homenaje que pueden hacer aquellos que lo reivindican, en todo o en parte, es estar a la altura de dicha responsabilidad, para construir la segunda y definitiva independencia de Nuestra América. 

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