*Por Facundo
Barrionuevo y Kamel Gomez El Cheij
En este contexto internacional, de
profundas conflictividades económicas, políticas y sociales, que no deja de
lado la dimensión espiritual y religiosa de la vida humana, y en especial
haciendo foco en los fenómenos del fundamentalismo y las acciones bélicas que
se desarrollan como disputas geopolíticas entre las potencias mundiales, nos
hemos dado a la tarea de construir espacios de reflexión política e
interreligiosa, desde la singularidad de una
amistad entre un cristiano católico y un hermano musulmán shií.
Antes de toda interpretación
política vemos la necesidad de plantear que en este momento histórico que
atraviesa nuestra sociedad “global”, existe una emergencia humana, y por eso es
necesario condenar toda forma de sufrimiento de cualquier pueblo; solidarizarse
con las familias de aquellos que han muerto en los atentados parisinos, y
también con aquellos que mueren día a día, olvidados en distintas regiones del
planeta, particularmente en Medio Oriente y África.
Ibn Jaldún nos
enseñó que, a veces, la historia y el presente se parecen como dos gotas de
agua. Ya conocemos los sucesos de Afganistán, Al Qaeda y Osama bin Laden. De
las Torres Gemelas a Paris, hay más explicaciones geopolíticas y económicas que
religiosas.
Nos duele
Paris. Tanto como Palestina, Iraq, o Siria. El terrorismo siembra miedo, y de
ese desdichado temor suelen justificarse políticas que terminan provocando… más
terrorismo. No resolveremos el problema del terrorismo financiando terroristas,
entregándoles armas de última generación, apoyo logístico e inteligencia. La
mejor manera de resolver la crisis que provoca el mal llamado “estado islámico”
–que no es ni una cosa ni la otra- es dejar de enviarles armas e impedir que
los mercenarios patrocinados por la OTAN ingresen al territorio sirio e iraquí.
Tampoco
resolvemos el terrorismo persiguiendo a los “descartados”, cercándolos, creando
muros que impidan a la “población sobrante” acceder a la educación, a la salud,
a un trabajo digno. Los jóvenes europeos que deciden viajar a Siria lo hacen en
su mayoría porque fueron abandonados por sus sociedades. El “estado de
bienestar” es ya una hoja difícil de encontrar en los libros de historia. Sin
proyectos de vida, cansados de drogarse, los marginados de Europa consiguen
“trabajo” asesinando en Medio Oriente, para luego regresar y seguir haciendo lo
único que saben.
Francia cerró
sus fronteras. Así entendemos que el atentado levanta un muro a los refugiados.
Ellos son los que se escapan del otro terrorismo, el económico, que también
mata, de hambre. Son los oprimidos de otro fundamentalismo, el de mercado.
La religión
del “dios dinero”, opio de los ricos, que destroza a los hombres; sea con
consumismo enfermizo para los que entran en el sistema, sea con miseria y
guerras. La Naturaleza, que tiene espacio para todos, también sufre los logros
de esta civilización “que se pasó de rosca”.
Percibimos con temor toda reacción
islamofóbica como consecuencia de estos hechos. La interpretación fácil y
primera que dejaron ver algunas cadenas informativas fue que “quienes habían
perpetrado los atentados fueron refugiados recientemente llegados a Francia”.
Desde los sucesos del Charlie Hebdó hubo múltiples registros de incidentes
xenófobos contra comunidades musulmanas, donde la policía, muchas veces, deja
hacer. No dudamos que vuelvan a sucederse hechos similares con los refugiados
sirios, o musulmanes en general, a raíz de los atentados de París. Todo esto
acompañado por decisiones políticas de signo chauvinista. Ya conocemos la
historia de Europa. No queremos que se repita.
Sin embargo, no hay que situarse en
Europa para observar expresiones de desprecio étnico o religioso. Basta navegar
un poco por las redes sociales para observar cómo estas posturas
segregacionistas prenden en un sector de nuestra gente. Se activan los
integristas católicos (que también son fundamentalistas) argumentando contra el
“aperturismo” europeo y poniendo el foco en un supuesto “relativismo religioso”
propio de una Europa que ya hace tiempo no es más exclusivamente
cristiana.
A ello hay que interpelar con las
enseñanzas de la Iglesia, en el Concilio Vaticano II y en particular con
aquello que señala el papa Francisco:
“Todos los pueblos forman una comunidad,
tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano
sobre la faz de la tierra y tienen también un fin último, que es Dios, (…) cuyo
designio de salvación se extiende a todos.” (Declaración Conciliar
Nostra Aetate, 1)
Recordando las desavenencias
del pasado, el Concilio exhorta:
“Procuren
sinceramente una mutua comprensión, defiendan y promuevan unidos la justicia
social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres” (NA,
3).
No hay lugar
al desprecio de parte de los cristianos por ningún pueblo y menos por del
Islam, con quienes compartimos la filiación con nuestro padre Abraham, la
adoración a un Dios único y un compromiso ético por los más pobres.
“El que no
ama, no ha conocido a Dios” (1 Jn. 4, 8).
Ruega el papa Francisco en su
Carta Evangelium Gaudium por la libertad religiosa para todas las creencias, y
en especial resalta que
“Frente a
los episodios de fundamentalismo violento el afecto hacia los verdaderos
creyentes del Islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones porque el
verdadero Islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda
violencia” (EG, 253).
Las palabras
de Francisco –del que se habla mucho, pero poco se lee- nos introducen al
“verdadero Islam”. Importante tarea es la que les toca a los musulmanes. En el
diálogo ya hay parte de la solución.
Hacia afuera
de su comunidad, en la convivencia con los hermanos no musulmanes, se debe
señalar la injusticia de que determinadas palabras sean casi propiedad del
Islam. Fundamentalismo, integrismo, terrorismo, parecen sólo encontrarse en el
diccionario islámico. Basta ver lo que padece el pueblo palestino para tener
otra perspectiva. Quizás sea necesario mencionar que las principales víctimas
del terrorismo son…los musulmanes. El ISIS ahora, y antes Al Qaeda, han
realizado sus principales atentados terroristas en tierras de mayoría
musulmana.
Por otro lado,
hacia adentro de la comunidad de creyentes musulmanes, es tarea impostergable
denunciar con firmeza y claridad la doctrina fundamentalista que sirve de
soporte ideológico para justificar tales prácticas. Grupos reducidos de
fanáticos no representan a la inmensa mayoría de los musulmanes. Hace tiempo
que intentamos distinguir que la doctrina takfirí Wahabí, la cual se considera
la única poseedora de la verdad y la salvación –dicho sea de paso, pretensión
nada nueva en la historia del hombre-, es ajena a las enseñanzas del Islam.
Han amputado
el mensaje del Islam, intentan usurpar la interpretación integral del Corán,
quieren matar la belleza de la mística islámica, descuartizar su historia,
corromper su espíritu celestial, degollar su sabiduría. Quieren cambiar el
conocimiento transmitido por los profetas, por su ignorancia materialista.
Ya el profeta
Muhammad (conocido como Mahoma) señalaba a aquellos que leen el Corán, y el
mismo Corán los maldice. Desde la perspectiva islámica, el Libro Revelado de
los musulmanes es la teofanía por excelencia. En su lectura, comprensión,
estudio, contemplación, es donde encontramos la metafísica, la teología, la
ley, la ética y la historia sagrada. ¡Qué lejos están los fundamentalistas de
todas estas enseñanzas!
Ya terminando esta breve
reflexión, nos recuerda el papa Francisco
que,
“un diálogo en
el que se busquen la paz social y la justicia es en sí mismo, más allá de lo
meramente pragmático, un compromiso ético que crea nuevas condiciones sociales” (EG
250)
Y nos enseña
el Corán:
“¡Gentes! Los
hemos creado a partir de un hombre y una mujer y los hemos hecho pueblos y
tribus distintos para que se reconozcan unos a otros.
Y en verdad
que el más noble de ustedes ante Dios es el más piadoso.
Dios todo lo
conoce, está bien informado” (49; 13)
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